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21 dic 2012

Hogar dulce hogar



Ahí esta echado el perro, aprovechando la sombra que le da un toldo de la Mesa de la Unidad. Un estridente regatón agita la calle y los semáforos del cruce parecen todos parpadear a un mismo tiempo en rojo-amarillo-verde. El perro sigue indiferente, como ajeno a tanta diatriba humana, sin embargo parece paciente ante la confusión que le rodea. Tiene un aire digno-perruno, aunque su raza puede dejar mucho que desear; atigrado, pequeño, con hocico cacri y orejas caídas de regio cazador. Ahí sigue, parece que no anda con esa gente que como jamones en charcutería se entrelazan unos con otros, el perro ni los ve. Parece que decidió parar ahí para descansar en su periplo callejero sin destino. Quizás no tiene hogar, como muchos que andan por ahí, en esta ciudad enmarañada llamada Caracas. 

Como puedo e impulsado por un intenso corneteo giro a la izquierda, esquivo un motorizado que viene de frente y unos vehículos que van hacia la derecha. La intersección es un verdadero pandemónium, el caos domina. En esos segundos no ocurren hechos que lamentar. Sigo adelante, por el retrovisor veo una enorme camioneta Fortuner que se me viene encima, giro a la derecha y el mamotreto humeante y ruidoso me rebasa, desaparece dejando un halo de prepotencia. Yo en mi Seat Cordova 2004 me siento como una cucaracha rociada por un matabichos casero. En eso se me atraviesa el perro atigrado, freno y por poco lo arroyo. Ese sigue indiferente como un baquiano de estas duras lides.

Los clientes en el supermercado empujan sus carritos como si nadie los rodeara, son como el perro atigrado, parecen que no saben a donde van o de donde vienen, en eso una señora mal encarada y de mirada torva se me atraviesa, la choco, me mira pero no me ve, con un gesto bufa su furia dejando caer una queja indecible. Seguimos en la rutina de comprar las provisiones, porque eso es lo que son. Los visitantes-empleados se pasean de un lado a otro, indiferentes también como el perro atigrado, están en una suerte de convivencia en un espacio que no les es propicio para tal fin, uno de ellos se saca las espinillas en donde yacen las frutas, mientras dos mujeres parlotean sobre sus experiencias amorosas ¿quizá relacionadas con otros visitantes-empleados? Busco lo que no encuentro.


He retomado la calle, una multitud de carros aguardan impacientes por arrancar, la cola es larga lenta y solo organizada por el reducido espacio que va quedando, después que ambos lados están llenos de todo tipo de vehículo que realizan cualquier tipo de actividad. Mas allá veo a un hombre que, celular en mano, sostiene una soberbia discusión con alguien en la línea, los gritos evidencian que el asunto es grave y la severidad del rostro apunta a una persona totalmente descontrolada. Para relajarme recuerdo al perro atigrado con sus ojos de persianas, lengua jadeante, atento pero con un dejo de impotencia ante la imposibilidad de intervenir en tanto conflicto. Un fuerte corneteo me trae de nuevo a la realidad, el semáforo se acaba de poner en verdirojo, febrilmente todos lo quieren pasar.


El ambiente se ha tornado gris y una suave llovizna cae, me asomo desde mi balcón y un arco iris en su forma mas convencional y pura domina el paisaje. Los arboles full verde clorofila con sus frondosas copas restituyen el mal que ocasiona la presencia humana. Un par de guacamayas verdiazules pasan graznando su felicidad. El perro atigrado ya debe haber llegado a un destino, imagino que en su orfandad, ordinariez y simple vida en nada depreda lo que le rodea. Ahora, recuerdo ya son dos semanas que regresamos de nuestro Destino Premeditado.

Edgar Carrasco 





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