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18 abr 2014

En donde se determina que Lindaflor no saldrá del closet sino del auto

José Luis Graterón

―Voy a decirlo de una vez, a mí ese tipo no me gustó desde el principio―declaré rotundo a Nayeska, liderando la marcha del grupo mientras que Yesnardis, mi hermana y mi pareja Ray, salían de la sombra protectora del Jabillo a esa hora en la que el sol, preludio de la semana santa, derrite literalmente el asfalto.

Habíamos estado esperando a que terminara la arenga, así como instrucciones que indicaran hacia dónde debíamos marchar. Nosotros, junto con el gentío que llegaba para el encuentro en Ciudad Banesco, nos habíamos refugiado bajo un jabillo en la orilla sur del Guaire que allá abajo corría imperturbable  sus aguas color mierda inconfundible (y no me vengas con guevonadas: es color mierda. No es siena, ni chocolate, ni café, es color mierda inconfundible  y es nuestro completico, en todo su asqueroso recorrido hasta llegar al mar Caribe  con o sin plataforma marina, unido a la otra mierda a quién sabe a cuantas millas náuticas  o nudos marinos de la Guaira, donde las plastas más ancianas del continente nos gobiernan con la complicidad de las plastas de gobiernos de la zona, quienes con honrosas excepciones son todos una mismísima mierda…igualitos el gobierno que tenemos aquí: ¡una mierda!), ¡pero espérate me estoy alejando otra vez  del tema!

Los tres nos sumábamos  al rebaño inmenso de gente yendo a concentrarse a algún rincón del gueto al que hemos sido confinados por el apartheid que estamos viviendo en esta ciudad caribeña. Una ciudad caribeña que lidia cotidianamente con bandadas de guacamayas urbanas separadas por zonas: que si las del parque del este, que si las del cerro del Ávila, que si las del sureste…y todas, al igual que los que sufrimos esta ciudad, nos encontramos en nuestras cotidianas colas y trancones de tráfico, con la diferencia de que las guacamayas se saludan todos los días de bandada a bandada y en eso nos ganan a los humanos, que estamos en la oscuridad de nuestros propios autos e ignoramos adrede a los que nos rodean.  Las otras bandas con las que lidiamos constantemente pertenecen a otro género animal, pero esa es otra historia y me pidieron hablar de Caracas y nuestra cotidianidad y bueno, no sé… me estoy perdiendo. Déjame retomar la historia:

―El tal tipo que no me cayó bien desde el principio―le digo a Naye con mucha gesticulación para que me pare bolas― ,es uno que va al gimnasio al que yo también asisto y a quien llamo con sorna “Lindaflor, porque así se llama su floristería.

Nayeska, mi amiga de la infancia y mi hermana Yesnardis, también van al gimnasio. Mi pareja Ray prefiere las caminatas por la embajada americana cercana a la casa, donde puede encontrarse con los amigos que ha hecho a través de los años. Todos con perros de diferentes razas a los que saluda y con los que conversa en un idioma inventado que los dueños de estos perros soportan estoicamente un poco avergonzados delante de los demás transeúntes. A estos, los dueños de los perros, mi amigo los ignora amablemente. Tengo entendido que su favorita es Princesa, una salchicha que arrastra la barriga y se mea de felicidad cuando lo ve.

Bueno, yo a veces pienso que todo esto pasa porque no tenemos perros, porque déjame decirte que cuando Ray me dijo que adoptáramos, me pareció que no sé, estoy muy viejo pa’eso. Total que yo sé que aunque tengamos gatos,  (a los cuales Ray les dice algo como así: porrongo molongo Michucho, rarongo, tutu, tutu, tutu) a él le gustaría tener a alguien a quien pasear. Perdón, cuando dije “adoptar” quise decir niños, no estos animalitos que son una belleza. Claro que los niños también lo son, pero bueno me perdí otra vez. Vuelvo al cuento: ―Párame bolas por fa Naye, ¡párame bolas!―le decía a mi amiga.

El caso es que yo respeto a todo bicho de uña como dicen por ahí, y por ejemplo, prueba de mi tolerancia es aceptar a mi hermana y mi mejor amiga que son ambas lesbianas que abandonaron a sus respectivos maridos que eran clientes míos y que del follón me dejaron de comprar. ¡No!, por favor no hablemos de lo que vendo que dijimos que no íbamos sino a hablar de Paz. ¡No me pongas a hablar de Cadivi ni del gobierno! ¡Qué ladilla!  No, del gobierno no.

Claro que lo que yo quiero decir es que soy tolerante, no ante el hecho de que sean lesbianas porque, ¡por favor, si yo soy gay!. Y digo, obstaculizando la marcha al pararme con mis manos abiertas: ―¿tengo que decirte que no tengo  nada que esconder?.-Y reanudamos la marcha, of course. Aunque, sí, es verdad: siempre le digo a mis amigos que se callen, que no hablen de mariqueras cuando está María, una señora que lleva conmigo en la casa 30 años y que hasta me ha sacado el vaso de la mano cuando me he quedado durmiendo desnudo en la sala más de una vez. Sin embargo yo digo por joder que shhhh ¡que María no sabe!, refiriéndome a mi condición de gay.

Bueno, el caso es que me perdí otra vez, ¿dónde estaba? Ajá, ya para terminar lo de ser tolerante: lo digo porque pesar de haber perdido dos clientes por este par de perras, aún las sigo tratando como si nada… aunque tengo que confesar que las puse en el freezer por un buen tiempo.

Nayeska  es algo ruda y voluminosa y de las dos es la hombruna. Ella es el hermano que nunca tuve, aunque la verdad es que si tengo, pero me fui muy carajito de mi casa. Y la otra es mi hermana. La cosa es que Nayeska, que en estos momentos está fuera de horario de oficina y tiene su gorra del Magallanes volteá pa’ tras, sus manos desprovistas de uñas postizas y las puntas romas de sus dedos como borrador de lápiz  escolar desprolijo,  se muestra en su verdadero ser. Su alterego, el dopelgänger, está en la oficina, bien lejos, en sus gélidas alturas de la torre donde trabaja como asistente ejecutiva. Y todo esto porque según su criterio, cuando va pa’ la oficina se pone mamita, mamita, pero en su tiempo libre puede hacer lo que sea, lo que es verdad.

Perdón, otra vez me volví a perder, es que hablar con Nayeska con este calorón y con este gentío que te empuja, las consignas, los camiones con parlantes, las barras de policías que te observan desde la esquinas como caimán en boca e caño, es too much. En fin, en medio del griterío le cuento a Nayeska a gritos por enésima vez  del  tipo que le estoy hablando, para que por favor lo identifique ya que quiero despertar en ella el mismo desagrado que este despierta en mí, pero sin ningún motivo muy serio sino porque sí. O bueno, quizá si hay un motivo, pero todavía no he llegado ahí.

―Nayeska―le digo jalándola de la blusa y a través de la tela, puedo sentir una especie de faja― jajaja, Nayeska,― le pregunto con sorpresa, genuinamente divertido de haberla pillado―¿tú ‘tás fajada?.-Me pone un carón la Naye que da miedo, es como Motu Motu. ―Que no hay problema mamita, con razón te veía moviéndote como la hermana menor del monstruo Miltón ―le digo pa’ joderla.
―¡Ridículo!―me espeta y se suelta, deshaciéndose de mi abrazo y adelantándose unos metros mientras se arregla el sostén y se levanta el moño espeso y azabache, sofocada.
―¡El tipo que te digo es el que tiene la floristería!.- La alcanzo sorteando sombrillas, pancartas, vendedores de agua, refresco, cerveza. ―¡Es una ida a la Meca esto!― susurro emocionado―¡es algo bíblico!― le grito entusiasmado a mi entorno―¡es el mar de Jericó carajo!.
―¡Pero Insulza dice que no está pasando nada!―dice una señora detrás de mí. Hay gente que asiente a mi alrededor y de pronto Nayesca empieza a vociferar consignas habiéndosele pasado el sofoco.
 Una gritería de otro tipo proviene del flanco norte de la marcha, la del lado del Ávila. ―¿Qué pasa, qué pasa?.- Y automáticamente empezamos a buscar a los nuestros: Nayesca va adelante, detrás de mí  están Yesnardis y Ray que me dice: ―No es nada, no es nada. Es un borrachito bajado por equivocación en la estación de la Plaza Altamira que atraviesa azorado este mar bíblico de gente que se abre a su paso por el tufo que deja una estela de alcohol barato detrás de él como la estela  de un cometa.
― ¡Mierda!― grita el borracho― ¡me perdí nojoda!―Me iba a bajar en Capitolio.
―Pero ¡¿qué es esto?!.
 ―No es nada, no es nada― dicen todos calmándose unos a otros
― ¡Es un borrachito indefenso, por favor! ―grita otro
― ¡Déjenlo que grite sus groserías, chica!―dice la gente relajada
― ¡No te metas!― se dicen unas a otras.

Gente como uno, sintiéndose seguros en medio de la normalidad de nuestra marchas, nuestras protestas, en la cotidianidad de nuestras vidas. A veces, en  medio de una tranca que nos hace permanecer estacionarios, atisbo como una mujer joven aprovecha la parada y como, olorosa a jabón a pesar de que no se consigue, saca de su cartera un pañuelo y van saliendo en procesión los artículos cotidianos de nuestras vidas que sólo una mujer organizada tiene: botella de malox y vinagre para los gases lacrimógenos, botellita de agua, mini toalla, máscara desechable, celular y lo más conmovedor: el escapulario junto a la imagen de la virgencita. ¡Qué cursi como suena! Me hace pensar en nuestras mujeres y nuestros hombres, en  nuestros muchachos y lo que estamos pasando. Este escapulario cuelga del pecho de esta mujer y eso es, nada más, lo que milagrosamente la protege.

El fluir de la gente continúa como hormigas marabuntas trepándose a las autopistas,  a los jardines abandonados y espacios públicos que le competen a este eterno gobierno de mierda. Doscientos metros más allá, fuera de la corriente humana,  quizás pudiera estar otra bella mujer llevando su vida paralela en estas diferentes dimensiones en las cuales nos movemos y sería fútil condenarla, sólo por atreverse a salir a la calle bella y bien vestida a tomarse un café y no a participar de la marcha ¡ahí estaría todo jodido!.

Una Palestina en pleno Caribe donde piedras, perdigones y gases lacrimógenos van y vienen mientras hay gente que sobrevive semi -acostumbrada a lo que se han convertido nuestras vidas. ¡Hasta un tirachinas gigante inventaron los gochos! Sin embargo, como yo decido adoptar la versión del refugiado que en su propio país decide vivir la situación como algo provisional que se va a acabar, me le pego atrás a Nayeska para recapturarla tratando de lograr pasar el momento, y cumplir con la patria.
― ¡Vente pa ‘cá chica!.-La agarro.
― ¡Suéltame!― dice Naye cuando finalmente logro acercármele, haciéndose la enfadada―No quiero tener  nada que ver con un borracho y un fumón, eso es lo que eres tu chico.
Me quedo a su lado monitoreando los alrededores. De repente aparece  un amigo en común que con ímpetu corre a las cabeceras de las marchas (que ya hemos mencionado, son como ríos o mares) y que con su cámara entrevista a los marchistas.
―Mira quien está allá―dice Nayesca, el enfado ya pasado y su naturaleza exuberante que la hace una verdadero mujerón cediendo a lo que sé que  la activa:  el sol vibrante de un buen día!
―¡Amigo, amigo, te ayudo!-.Y corre la Nayesca a parar gente y a entrevistarla para colgarla en las redes que son las únicas que no nos tienesn presos en esta gran jaula en que se nos ha convertido el país.

Al final regresa feliz, al haber logrado emboscar con su gran tamaño a varios entrevistados que lucían sufrientemente interesantes para el criterio de selección que nos convierte  a todos en periodistas, protagonistas de nuestras propias vidas.
― ¿Y cómo es él?―me pregunta al cabo de un rato,  entrecerrando sus ojos aún con el rimmel que no logró quitarse de su escapada de la oficina. Yo casi trotando para acomodarme a su paso enérgico. ¡Es terrible esta Nayesca! ¡Cuando dicen chismes no aguanta dos pedidas!
―Es uno como papeaito, pero tipo tapón de bañera, ¿sabes?―Le cuento sabiendo que ya está enganchada.
― ¿Y qué es lo que pasa con él?―me pregunta en su tono de secretaria ejecutiva (¡Qué secretaria no! diría ella, ¡asistente!) echando un vistazo alrededor a ver si ve a Ray que está hablando afablemente con Yesnardis, mi hermana. No nos vaya a pillar él en lo que ella cree es una aventura mía.
―No sé cuál es la mafia que tendrán con los pobres heladeros, pero son todos haitianos…-Y me fui  del tema.―Pero déjame terminar, que lo que te quería decir entre el peo y los gritos es que me pregunto: si tú eres gay, ¿verdad? y llegas al gimnasio y te pones a hablar paja de los gais mientras mariqueas de lo lindo en medio del rush hour del baño de las ocho de la mañana…- En este punto Nayesca solo me oye a medias, monitoreando los alrededores.
―Te levantaste a ese tipo de allá―me dice.
― ¿Dónde?― pregunto
―Allá, a tu derecha.-Y volteo imprudente inmediatamente, lo que molesta otra vez a Naye―Chico pero una no te puede decir nada a ti, ¿enseguida vas a voltear? ¿¡ah!?, ¿¡ah!?.

Llega otra vez nuestro amigo con su cámara, trotando para captar los carteles más originales y le pedimos una foto. Apuramos a Yesnardis y Ray para que nos alcanzen ―¡Ya va!, ¡ya va!―grita Yesnardis colgándose de Nayeska, que enseguida quiebra la cintura y bate el moño pa’ un lao con la pose media jarra, como hacen las modelos, aunque francamente en ella luce un poco forzada. Es rara esta Nayeska, pienso, a veces muy macha y otras se parte como una galleta. Digo yo, si tú tienes esta posición pública en contra de los gais.

El paso de un helicóptero allá arriba, monitoreando a su vez este mar humano, desata una cantidad de improperios contra el cielo y no sabes a quién se le reclama: si a los dioses, a los zamuros o a las guacamayas, al igual que allá en la autopista donde los robocops de la policía Bolivariana nos ven con las ganas con las que unos pitbulls verían a miles de gaticos. A su vez estos reciben su ración de insultos: ¡Vendidos, cubanos, represores! y por un momento un vibrante ¡hijos de puta! soltado a destiempo por una señora sorpresivamente bien peinada y vestida. Parece que el calor no la afectara pues en el silencio repentino, hizo que  su grito quedara  suspendido allá arriba al lado de los zamuros  planeadores. Avergonzada, apura el paso, su sombrilla perdiéndose entre las banderas amarillas de primero justicia. Más atrás un gusano humano, como espectáculo chino, carga una bandera inmensa  y larga. La gente es todo sonrisas y amabilidades los unos con los otros. Ya estas marchas no son como aquellas en las cuales seguíamos un camión con música a todo dar mientras detrás, ilusos, íbamos bailandito, pensando que íbamos a ganar las elecciones.
―Ya sé de quien me hablas―me dice Nayesca―es bonito.- Me suelta mientras se seca el sudor que le borra el maquillaje.
―No, chica. ¡Nada que ver!―le digo― Ustedes las lesbianas piensan que uno con tal que tenga un pipi guindando ya se enamora, porque bueno eso es lo que ustedes anhelan tener―le digo chocarrero.
 ―¡Ay no, mijito, no empieces! No empieces a hablar de tus groserías y asquerosidades.

Hay un momento de inquietud en la multitud (así se deben sentir los bancos de sardinas cuando son acorralados por los tiburones, pienso). ¿Adónde vamos?, todos se preguntan si nos tienen acorralados. Una certeza nos recorre el espinazo, nos vemos unos a otros impotentes al momento en el que una muchacha se monta en un camión y con voz ronca de hombre nos dice que hay que desviarse por la universidad. Esta es de la familia, digo yo entre dientes, y la muchacha sigue su perorata a todo gañote y por medio de un megáfono:
―¡Compañeros, nos tenemos que desviar por la plaza de Las tres Gracias, por los momentos nuestro propósito de llegar a la Fiscalía esta pospuesto! ¡A la Plaza de las Tres Gracias repito! Trataremos de llegar a través de la universidad a Plaza Venezuela, repito: ¡no caigamos en provocaciones!, ¡esta marcha es pacífica!.

¡Ufff!, me alivia la solución propuesta. Por los menos los árboles de la universidad nos permitirán  un descanso de este sol de mediodía.
Entramos al campus después de haber dejado atrás a tres mujeres desnudas: las de Canovas, hermosas y soñadoras que dominan una plaza cuchicheando secretos entre ellas, ajenas al maremagnun, sombreadas  por sauces que lloran de dolor sobre el espejo de agua verde en el cual se reflejan, vibrando como un espejismo en el sol de las doce.
―¡Qué bella!― me dice Naye.
―Mi Alma Máter, ¡la Casa que vence las sombras!―murmura Ray, su perfil distinguido contemplando la copa de los árboles. Yesnardis puta y coqueta como es, se le guinda encima y lo besa diciéndole― ¡Cuñao, siempre tan poeta! .- Y suelta un risita.

Ahora, después de haber atravesado el campus con su plaza del reloj, los apamates floridos con sus guacamayas azules y amarillas de la bandada que habita la universidad, contemplando este espectáculo inusual de verbena  desde los ramajes, estamos atascados y la gente se empieza a sentar en la grama.
― ¡Mira quien viene ahí!, ¡La rectora!, ¡Valiente, valiente, valiente!
El que más grita soy yo, aunque callo cuando me empieza a doler  una costilla. ¡Qué vaina!, ahora no puedo ni gritar.
―¿Qué hacemos? ― me dicen todos― ¿esperamos?

Otra vez la muchacha con voz de hombre nos dice que se está negociando, que cuando pase la marcha del oficialismo, nos dejarán pasar a nosotros. Esta marcha del oficialismo avanza escuálida y protegida por elementos del G2: cubanos disfrazados de policías y guardias nacionales. Sus participantes caminan sin mucha convicción en una parodia de marcha por la paz o cualquier guevonada que haya inventado esta mierda de gobierno, que como bolivariano, también lleva el mote de mierda según mi criterio y está tan pegado a ella, que no puedo dejar de anteponerla cada vez que menciono al susodicho.
―¡Qué vaina!― dice Nayesca,― Y volviendo al tema, ¿qué fue lo que pasó con el tipo de la floristería?― me pregunta ya que no tenemos nada más que hacer sino esperar.
― Bueno que cuando me fui a la sauna, el tipo se metió detrás y empezó, como si yo no lo viera, a excitarse con el interior puesto y el guevo colocado de tal forma que luciera más grande de lo que realmente es, ¡me dio una indignación! Tuve que salirme inmediatamente de la sauna y eso que no llevaba sino 3 minutos más o menos. ¿Para qué, si son maricas,  se ponen con esas guevonadas? ¡No hablen mal de las locas y ya!, ¡no hablen nada!, ¡nojoda!.
―Pero bueno, chico, ¿y a ti que te importa si el tipo se excita? ― Me pregunta Nayesca poniéndose las dos manos en la cintura, en la posición que llamamos jarra completa, (la de media jarra es con una sola mano en la cintura).
―Bueno, no sé…―digo yo ofuscado,― es como tratarme de marica.
―Bueno, papito―me dice Naye agarrándome el mentón y mirándome a los ojos,― y ¿no es lo que eres?―su pelo cae pesadamente hacia atrás mientras suelta una carcajada―¡Vaya macho Camacho que me ha salido mi amigo!.- y dice con un resoplido: ¡uff que calorón!
―Miren muchachos―les digo a Ray a y las niñas―yo creo que es mejor que nos vayamos, ya cumplimos con la patria, ¿para qué nos vamos a quedar sentados aquí? Esos cabrones no nos van a dejar pasar.
―Bueno, okay,  cojamos por aquí  y volvemos a salir a las tres Gracias.
Regresamos mamados de la larga caminata y el sol, “lo peor es el sol”, susurra Yesnardis.
―¿Por qué mi amor?― le digo a mi hermana― ¿tienes miedo de ponerte más negra?.
― ¡Ridículo!.- Me suelta, matándome los ojos.
―Bueno mano―les digo―yo lo que sé es que no voy a regresarme caminando, ¡’toy mamao!
―Bueno, mijo, si tú pagas el taxi…― dice Naye, ni corta ni perezosa y de una va parando uno que viene llegando.
― Con aire, por favor, con aire― suplica Yesnardis,  sofocadísima y echándose aire con las palmas de sus manos perfectamente arregladas.
Ya montados en el taxi le pedimos al  conductor que tomara  la autopista porque  el otro lado estaba trancado. Y nosotros, con la modorra que da el regreso de un día de playa, en silencio, empezamos nuestro recorrido a casa. De pronto, en el carril oeste-este, un tráfico descomunalmente estancado nos hace sentir felices de ir en la otra dirección.
―¡Mira quién está ahí!― grita Nayesca. Un solitario muchacho, sin camisa y con musculatura de gimnasio, ha parado el tráfico bajándose de una camioneta que impide el paso, mientras otro muchacho despliega una bandera en el medio de la autopista. Los dos se ven minúsculos enfrentado el monstruoso tráfico.
-Lindaflor―digo yo abismado y en susurros con la mano en la ventana del auto, como la chica que visita al preso y se aferra al vidrio, sin posibilidades de tocar a su amor que está allá, lejano y desafiante.
―El tipo de la floristería― dice Yesnardis.
―Cuál es el big deal?―pregunta Ray, siempre en la luna.
―Nada―digo yo―no es nada, pero veo con nuevos ojos y respeto, aunque sea una locura lo que esté haciendo, a este tipito del gimnasio por el cual siento ahora admiración. El ser humano es una cosa seria, ¿no Nayeska?
―Ujum― me dice ella pícara.

Caracas, Abril del 2014, marcha que terminó en la universidad de Venezuela con gases lacrimógenos, perdigones, heridos y chicos apaleados y desnudados por completo por bandas del oficialismo. En una humillación que desencadeno una ola de desnudos solidarios en la ciudad: de muchachos con maletín y corbata  pero sin nada más, o motorizados en pelotas que atravesaban la ya caótica ciudad para sumarse a este cuadro de Brueghel el viejo que es Caracas, con guacamayas amarillas y azules que nos contemplan desde allá arriba pensando que de verdad el mundo está loco. To be continued




1 comentario:

  1. Divertido relato, casi mágico, de una de nuestras nuevas actividades diarias, ademas del de tratar de conseguir algunas otras cosas mas sutiles para vivir, la primera, la de las marchas es por la libertad.

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